EM2 | COMUNICACIÓN
Muere Manu Leguineche

El padre del reporterismo de guerra

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Manu Leguineche, fotografiado ante su casa de Guadalajara.

ALBERTO CUÉLLAR
  • Fue el primer periodista español que salió al extranjero a contar lo que pasaba

Pensaba que no se puede ser objetivo, pero sí honrado

En una época en la que no viajaban ni los diplomáticos, Manu Leguineche (Arrazua, Vizcaya, 1941-Madrid, 2014) fue el primer periodista español que salió al extranjero a contar lo que pasaba. Lo hizo sin alardes de estilo, con un buen acopio de mapas y documentación y sin los prejuicios ni el engolamiento de los cronistas de antaño.

Su meta era la calle, no los palacios. Y el protagonismo no recaía solo en políticos y militares, sino en la gente que acudía al mercado en plena revolución. Leguineche consideraba que hablar con las personas anónimas proporcionaba más información que pisar las moquetas del poder. Pronto se convirtió en una regla convertida en escuela para las siguientes generaciones de reporteros.

Manu Leguineche ha muerto tras recibir el cariño de sus lectores y el reconocimiento integral de su profesión. Deja una obra cuajada de sabiduría y la huella indeleble de uno de los mejores periodistas españoles de la historia.

Cuando la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, le impuso la Medalla al Mérito Constitucional el 11 de diciembre de 2007, Leguineche estuvo arropado en ese momento por Pedro J. Ramírez, director de EL MUNDO, Iñaki Gabilondo y Antonio Mingote. Nadie como Manu supo granjearse el respeto y el afecto unánimes. "Nunca he entrado en las guerras de periodistas porque nunca me he debido a nadie", acostumbraba a decir.

Leguineche era el jefe de la tribu de los corresponsales de guerra en España. Una tribu que él mismo contribuyó a bautizar y que definía por las tres d: dipsómanos, divorciados y deprimidos. Fue el periodista total, un ejemplo de rigor y dignidad, un referente ético.

Su legado profesional está en la senda de los grandes del reporterismo mundial. Kapuscinski, Michael Herr, Robert Fisk, Oriana Fallaci, Terzani. Delibes escribió sobre el que fue su discípulo en El Norte de Castilla: "No he conocido un periodista, vasco o no vasco, que en el breve plazo de unos años convirtiera sus viajes alrededor del mundo y alrededor de todas las guerras habidas y por haber en lecturas obligadas para el gremio de cabezas cultas y el de los apenas iniciados".

Dio la vuelta al mundo en varias ocasiones y escribió casi cuarenta libros. El bautismo profesional le llegó en Argelia, donde se largó en 1961 a narrar la revolución con las cuatro perras que tenía ahorradas. "Mi madre me puso en la maleta calcetines gruesos por si pasaba frío, no me atreví a decirle que me iba a África...", dijo.

También cubrió la guerra entre India y Pakistán, en 1965; los conflictos de Vietnam, Líbano, Irak, Afganistán y Yugoslavia; la caída de regímenes como el de Ceaucescu en Rumanía o la Revolución de los Claveles en Portugal.

Poseía una nómina impresionante de galardones. Al Nacional de Periodismo, el Pluma de Oro, el Ortega y Gasset, el Julio Camba y el Godó, sumó los premios Cirilo Rodríguez, el de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (Fape) y el de las asociaciones de la prensa de Guadalajara y del País Vasco. En 2008 recibió el Premio Reporteros del Mundo que concede EL MUNDO. El jurado, unánime, calificó a Leguineche de "padre del reporterismo de guerra español" y destacó su "intachable trayectoria".

En 2010, la Diputación de Guadalajara, en colaboración con la Fape y otras asociaciones de prensa, creó el premio internacional de periodismo 'Manu Leguineche'. La segunda y hasta ahora última edición de este galardón recayó en Javier Espinosa, corresponsal de EL MUNDO en Oriente Próximo, que permanece secuestrado por Al Qaeda en Siria desde el pasado l6 de septiembre.

Los viajes y el gran reportaje fueron los temas predilectos del periodista vasco. Siempre buscó la noticia en las guerras, las revoluciones y los golpes de Estado. Su mejor recuerdo lo tenía de cuando accedió a Jorge Luis Borges en 1982. Consiguió la entrevista en primicia, pero sus jefes se la levantaron por presiones diplomáticas. "Borges me dijo que la guerra de las Malvinas era la pelea de dos calvos por un peine", confesó Leguineche como titular de un diálogo que nunca llegó a publicarse.

Como periodista fue creciendo por su capacidad para buscar historias humanas en medio de las tragedias. Por eso no es extraño, en su álbum de fotos personal, verle armado junto a los sandinistas, en Nicaragua, en 1979; degustando la carne de Siria en un viaje a Damasco en 1966; viajando en un todoterreno en el Líbano, en 1965 o tomando una taza de té junto a tres paisanos en una montaña de Afganistán. Contaba que el viaje que le dejó peor sabor de boca fue el que hizo a Bangladesh en 1971: "Vi cómo arrastraban a pakistaníes colaboracionistas con una cuerda atada a un camión, y cómo los niños eran adiestrados en rematarlos: iban clavándoles a martillazos un clavo grande en la cabeza".

Ha sido fundador de dos agencias de noticias, Colpisa y Fax Press, y director del programa En portada de TVE. Siempre huyó de las redacciones. "Cuando voy a una, me siento como si fuera a pedir o a robar algo a alguien", admitía. En su momento rechazó sendas ofertas para dirigir La Vanguardia y ABC. "No me gusta nada mandar", rezongaba. Leguineche sentía una pasión irrefrenable por su oficio, los viajes y el Athletic de Bilbao. En el periodismo, pensaba que no se podía ser objetivo, pero sí honrado y jugar limpio con el lector. Era un axioma que había aprendido del fundador de Le Monde, Hubert Beuve-Méry.

Asia y América Latina

Sus dos continentes preferidos para viajar siempre fueron Asia y América Latina. De este interés brotan libros como Adiós, Hong-Kong, Yo pondré la guerra, Apocalipsis Mao o Recordar Pearl Harbour. Su último trayecto profesional lo recorrió con ocasión de la segunda guerra de Irak, la que tumbó a Sadam. Se quedó en Jordania y regresó espantado. "He estado muchas veces cerca de las bombas pero no tantas como la gente cree porque no te dejan acercarte", explicaba. Quizá por eso Leguineche siempre hacía caso de Marta Gelhorn, la segunda esposa de Hemingway, que dijo que la última guerra para los enviados especiales había sido Vietnam. "No sé si es verdad. Ahora todo es espectáculo, como la guerra de Irak, una guerra inútil, la más sucia que ha habido en mucho tiempo, es de una crueldad que no tiene límites".

El único país del que acabó profundamente decepcionado y hastiado fue Israel. El 10 de mayo de 2002, Leguineche publicó un artículo en EL MUNDO titulado "Nunca volveré a Israel". Arrancaba así: "He tratado de seguir las reglas del oficio: hablar lo menos posible de uno mismo, utilizar con mesura la primera persona en mis crónicas...". A continuación relataba las vejaciones a las que se vio sometido en varias ocasiones en distintos aeropuertos del país hebreo. Cumplió su palabra. No volvió.

Lejos de su etapa más exótica, el autor El último explorador cambió por Madrid por su refugio en Guadalajara. Aterrizó hace más de dos décadas en la Alcarria, y allí se quedó a vivir. Tranquilo, rodeado de buena gente, sin ruidos. "Brihuega (el pueblo donde residía) es la capital mundial del silencio", solía contar a todos los periodistas imberbes que peregrinaban hasta su casa para conseguir una entrevista del maestro. Con eso les quería decir dos cosas: que la vorágine de la metropóli no permite tomar el ángulo necesario para observar los desastres del mundo y que las prisas son siempre malas consejeras.

Socarronería

El humor y la socarronería del reportero vizcaíno congeniaron bien desde el principio con la rectitud y la parquedad de palabras de los lugareños. "Viajas por todas partes y al final te das cuenta que el mundo se parece mucho. La vida nos la complicamos tanto porque hoy en día se combate por todo", soltaba con ironía en el jardín de su casona briocense, de aire toscano, que durante el siglo XVI había sido escuela de gramáticos.

Solía decir que Guadalajara le había elegido a él, y no al revés. En el páramo castellano, a orillas del río Tajuña, entre almuerzos de lechazo y partidas de mus, Leguineche encontró la felicidad de la tierra, que es justo el título de su primer libro dedicado a Guadalajara. Se publicó en 1999 y tuvo continuidad en un segundo volumen, El Club de los Faltos de Cariño, en 2007. Leguineche reveló en alguna ocasión que tenía en mente cerrar la trilogía. No pudo ser porque su salud empezó a tambalearse. En todo caso, la narrativa de estos dietarios trasciende lo local para situarse en una esfera superior. Ambos libros constituyen un ejemplo de literatura fibrosa a medio camino del periodismo, la novela y el ensayo. Habla de lo sencillo, de lo cercano, incluso de lo banal, pero con reflexiones que exceden la cotidianidad. Una gozada de escritura.

Los últimos años de su vida le dejaron postrado en una silla de ruedas. Tenía la vista dañada y, poco a poco, fue menguando su actividad pública. En el libro Guadalajara tiene quien le escriba, editado con motivo del homenaje tributado a Leguineche en 2007, Enric González sostenía: "Más que su talento, más que su experiencia, más que la bondad que transpiran sus textos, lo que me impresiona realmente de este hombre es su inmunidad a la tontería". Gervasio Sánchez le definió como "el hombre que nunca quiso mandar".

En alguna de sus postreras entrevistas, Manu dejó claro que echaba de menos un periodismo más cercano y menos dependiente de internet. Consideraba que la profesión se había enfriado, pero conservaba el interés insaciable del viejo reportero. Y recomendó siempre dos cosas a los jóvenes periodistas: mantener la curiosidad y leer todos los días los periódicos.