PERSPECTIVAS
Las fronteras de la Ciencia

El mono de dos caras

Vea la entrevista al primatólogo y antropólogo Pablo Herreros.

  • Muchos de los comportamientos que observamos todos los días en la manada humana tienen profundas raíces en el ADN que compartimos con los simios

"¡Pero cómo se puede ser tan animal! ¡Qué mala bestia! ¡Qué crueldad tan inhumana!" Éstas son las típicas frases que escuchamos todos los días o exclamamos nosotros mismos cuando nos indignamos ante la última salvajada que se descubre sobre la peligrosa jungla de nuestra sociedad.

El ejemplo más reciente podría ser el profesor de música del colegio Valdeluz de Madrid, que al parecer era un depredador sexual que engatusaba a sus jóvenes víctimas con promesas de que actuarían en el teatro Bolshoi, antes de meterles mano.

A este tipo de personajes, los peores ejemplares de nuestra especie, los solemos calificar como bichos o alimañas. Es decir, cuando nos encontramos ante un acto de una bajeza moral tan repugnante que no podemos imaginarnos cómo una persona ha sido capaz de cometer semejante barbaridad, recurrimos de inmediato a la deshumanización para distanciarnos del individuo en cuestión.

Bestialidad, salvajada, y otros términos similares son mecanismos de defensa mediante los que excluimos a los asesinos, violadores, torturadores o terroristas de la pertenencia a nuestra propia especie, salvaguardando así la reputación de lo genuinamente humano (una categoría noble y admirable) frente a lo puramente animal (inmoral y peligroso).

Frente a esta dicotomía absurda y simplista, el antropólogo y primatólogo Pablo Herreros nos anima en su nuevo libro a "sacar el mono que llevamos dentro" y a "poner en valor" nuestra naturaleza animal.

A finales de 2012, Herreros empezó a escribir en la web de EL MUNDO un innovador blog titulado Yo, mono, para analizar la actualidad a partir de las observaciones de la primatología. El éxito de este proyecto divulgativo ha sido tan espectacular que la editorial Destino le propuso convertir su blog en un libro con el mismo título.

A lo largo del ensayo, que llega mañana a las librerías, Herreros demuestra cómo muchos de los comportamientos cotidianos que observamos en la manada humana, desde las luchas por el poder en el terreno de la política, hasta la corrupción, el racismo, los puñetazos sobre la mesa de los directivos del Ibex 35, o el fervor de los hinchas en los estadios de fútbol, tienen profundas raíces en el ADN que compartimos con los simios.

Pero el mensaje más interesante de Yo, mono es que no sólo hemos heredado lo malo o lo bruto de nuestros antepasados primates, sino que al mismo tiempo les debemos nuestro lado más generoso, solidario y altruista.

Como me dijo Herreros en una entrevista en el Zoo de Madrid, los simios son "sensibles, tienen empatía, saben colocarse en el lugar de otros individuos que lo están pasando mal y son capaces de auxiliarles o de ofrecerles consuelo con un abrazo, como hacemos nosotros con un amigo si vemos que le han pegado o está sufriendo por algo que le ha ocurrido".

El primatólogo propone en su libro que el ser humano es "el mono de las dos caras" porque dentro de nosotros conviven, por un lado, las tendencias agresivas, envidiosas y xenófobas que se observan en los chimpancés, pero al mismo tiempo una inmensa capacidad para cooperar, ayudar y sacrificarse por otros que también se observan en nuestros parientes simios.

Por tanto, es un error despreciar al mono que todos llevamos dentro, porque gracias a nuestra herencia primate poseemos las capacidades para cooperar, compartir y ayudar a los demás, es decir, los cimientos afectivos de eso que llamamos ética.

Al final de su libro, Herreros cita una frase genial de su colega, el gran primatólogo Frans de Waal: "podemos sacar al mono de la selva, pero no a la selva del mono". En muchos sentidos seguimos siendo monos salvajes, pero esto no es necesariamente una mala noticia.

@mono_pensante

PABLO JÁUREGUI es responsable de la sección de Ciencia de EL MUNDO.