PERSPECTIVAS
Las fronteras de la Ciencia

Las manadas humanas

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Frans de Waal en el recinto del Zoo de Barcelona.

ANTONIO MORENO
  • Al igual que los chimpancés, seguimos formando parte de manadas cohesionadas hacia dentro, pero desconfiadas y agresivas hacia fuera

"El lado oscuro de cualquier sociedad unida es que excluye y se opone a otras sociedades. Siempre hay un componente xenófobo en cualquier grupo cohesionado". En una inolvidable entrevista que tuve el privilegio de hacerle la semana pasada, el gran primatólogo Frans de Waal me resumía con estas palabras el gran problema que sigue dividiendo a la Humanidad en sociedades rivales, armadas y listas para el combate.

Al igual que los chimpancés, seguimos formando parte de manadas cohesionadas hacia dentro, pero desconfiadas y agresivas hacia fuera, con ejércitos entrenados para defender su territorio y darlo "todo por la patria". Por mucho que nos parezca que ya hemos "evolucionado" mucho y superado este arcaico pasado tribal, el mismo esquema mental de la manada simia, unida frente al enemigo exterior, sigue vigente en nuestros "avanzados" cerebros del siglo XXI: nosotros, los buenos, frente a ellos, los malos.

Nos guste o no, estos sentimientos de xenofobia forman parte de nuestra herencia primate. Para comprobarlo, basta observar la histeria colectiva que desatan hoy las batallas simbólicas del fútbol, sobre todo en las grandes competiciones como el Mundial, cuando lo que está en juego es el orgullo de las tribus nacionales. Pero paradójicamente, la xenofobia es la otra cara de la empatía, el sentimiento en el que se basa la cohesión social.

Según me explicó De Waal -que acaba de publicar en España su nuevo libro, El bonobo y los diez mandamientos (ed.Tusquets)-, la empatía es "el sentimiento clave que nos hace interesarnos por los demás, ponernos en su piel y comportarnos de manera altruista". Los chimpancés y los bonobos también muestran estas emociones solidarias hacia sus semejantes, por ejemplo cuando los más jóvenes ayudan a los ancianos de la manada. En este sentido, el primatólogo considera que los cimientos afectivos de la ética humana están presentes en los grandes simios. Pero además, se ha comprobado que tanto en simios como en humanos, es mucho más fácil sentir empatía por alguien que conocemos que por desconocidos: "La empatía no es nada imparcial, sino que la sentimos sobre todo hacia personas que se parecen a nosotros, y nos resultan familiares. La otra cara de esta moneda es que nos cuesta empatizar con los extranjeros y los diferentes".

La empatía, por tanto, fomenta la cohesión de un grupo, pero simultáneamente genera indiferencia u hostilidad hacia los que no pertenecen a ese círculo de "los nuestros". De hecho, en el caso de las sociedades humanas, De Waal considera que un ejemplo claro de este fenómeno es la religión. Por un lado, la fe judía, cristiana o musulmana cohesiona y crea lazos de solidaridad entre los creyentes, pero simultáneamente crea divisiones entre fieles e infieles. "Este mismo mecanismo lo hemos observado en todos los primates: empatía y cohesión hacia dentro, pero desconfianza y agresividad hacia fuera", advierte el primatólogo.

La única solución a este problema es que por encima de todas las diferencias culturales y religiosas, la Humanidad en su conjunto sea capaz de percibirse a sí misma cada vez más como una gran manada unida, que comparte un mismo territorio (la Tierra) y unos recursos limitados en su planeta que tiene que aprender a compartir de manera solidaria. Hasta cierto punto, como demuestra la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se han logrado avances muy importantes en esta dirección. Pero como me dijo De Waal, es muy difícil erradicar por completo las tendencias xenófobas de nuestra naturaleza, y probablemente la única manera realmente eficaz para unir a toda nuestra especie sería la invasión de una civilización extraterrestre. Nada une tanto a las manadas (simias o humanas) como un enemigo común.

@mono_pensante

PABLO JÁUREGUI es responsable de la sección de Ciencia de EL MUNDO